La casa de su vida
El piloto español abre a EL MUNDO las puertas de la fábrica de Ferrari, donde trabaja 12 horas al día para mejorar con urgencia su monoplaza.
JAIME RODRÍGUEZ / Maranello (Italia)
18-05-11
«El mes de mayo aquí es una gozada». Fernando Alonso habla con aplomo de veterano a pesar de llevar apenas año y medio pisando estas tierras rojas, a media hora de Bolonia, en el noreste italiano. Maranello, 16.000 habitantes entre rontonditas verdes, pequeña ciudad industrial con el hilo musical de los motores siempre encendido, el petardeo que no cesa. Punto de peregrinación de la religión ferrarista y centro de trabajo para 3.000 empleados, entre ellos, el piloto español y su equipo de Fórmula 1, volcados en mejorar con urgencia la añada de 2011. En la previa del Gran Premio de España, que se celebra este próximo fin de semana, EL MUNDO ha radiografiado una jornada del asturiano en la fábrica de su escudería. Por primera vez, un periódico le acompaña tras los muros donde se construyen los coches más famosos del mundo. La casa de la leyenda, la casa de su vida, donde busca, sueña y necesita volver a ser campeón.
09.00 h. Cita seria para empezar el día: espera el presidente en su despacho. Alonso cruza la puerta unos minutos antes con ojeras de no haber dormido mucho. Son tiempos duros, de áspera faena, con el buen sabor del podio de Turquía, la semana pasada, y la necesidad apremiante de afilar su monoplaza para plantar cara a los Red Bull, favoritísimos tras lo visto en las primeras carreras. Llegó tarde la noche anterior, directo al apartamento donde pasa unas 120 noches al año. Estudio sencillo, donde reside un amigo de la infancia que ha entrado como ingeniero en Ferrari. Desayuno frugal, vaqueros y camiseta roja. El boss, Luca Cordero di Montezemolo, quiere ponerse al día de boca de su piloto número uno y del jefe de la escudería, Stefano Domenicali. Los tres, en confianza, hablan de la delicada situación. Detallan los avances y las piezas que no van, los caminos abiertos y cerrados. En esas reuniones aflora el Alonso fiero, el de siempre, no el prudente y cuidadoso de las ruedas de prensa, sin una crítica pública a los suyos desde que llegó. Da su opinión, exige cambios y aplica sus 10 años de experiencia en la F1. Para eso le contrataron. O aprietan ahora o la temporada se esfuma. Todos lo saben.
11.00 h. Tras el intenso encuentro en las oficinas de la Gestione Sportiva, la sección de la factoría dedicada a la Fórmula 1, Alonso se dirige al simulador. Camina ligero, concentrado, sólo con leves sonrisas para los operarios de motores. En funciones tan técnicas como la elaboración de piezas del propulsor, él poco tiene que aportar, pero comprendió muy pronto que todos aplauden la cercanía del piloto, figura central históricamente en la Scuderia. Sale por un patio trasero mientras sus dos hombres de confianza, Luis García Abad –su manager– y Luca Colajanni –jefe de prensa del equipo– le actualizan la agenda. Al instante, cambia el chip y activa el modo piloto para subirse al potentísimo simulador, una de las últimas innovaciones de Maranello, básica tras la eliminación de tests durante el campeonato. Le esperan tres horas de sudores porque aquí se circula a 300 kilómetros por hora pero sin moverse del asiento, sin viento en la cara. Fabrizio Borra, su fisioterapeuta, le ofrece toallas y agua en los leves descansos.
14.00 h. «Vamos al Montana», indica a su clan. Muchas veces un bocadillo y algo de fruta es su comida si el simulador reclama más tiempo, pero hoy quiere la pasta de mamma Rosella. La señora de pelo cano regenta un acogedor restaurante a las afueras de Maranello convertido en la cocina de los pilotos. Aquí Schumacher aprendió a cocer espaguetis y Alonso come rigatoni con tomate entre arrumacos de la mesonera, con dotes de adivina. «Le dije que en Turquía subiría al podio», cuenta al periodista mientras ofrece una mortadela sabrosísima. En las paredes, decenas de fotos del universo ferrarista con lugar preferente para las de su nieto asturiano, que incluso se apropia algunas noches de los fogones privados del Montana, los de la vivienda de la familia, para hacer tortilla o paella mientras ve los partidos de la Liga. El pasado año, el domingo que ganó en Monza, llegó hambriento a medianoche. Rosella le tenía lista una mesa donde estuvieron celebrando el triunfo hasta las cinco de la mañana entre postres, limoncello e historias con solera.
15.30 h. Vuelta al tajo, con la tarde repleta de actividad. Como la mayoría de las ocasiones en que acampa en la fábrica, hoy está aquí por voluntad propia, no por contrato. «Nos van a echar por pesaos», bromea su gente. Su compañero, por ejemplo, se deja caer menos. Cuestión de compromiso, cuestión de carácter. «Me gusta estar, me ayuda a mí y todos lo agradecen», confiesa. La sobremesa se abre con visita al taller de montaje de los Fórmula 1, donde las fotografías están prohibidas. Los coches de Alonso y Massa han llegado días atrás de Estambul. Abiertos en canal sobre los fosos, un grupo de mecánicos estudia con atención diversas partes. En el suelo ni una mancha de grasa, con la luz natural entrando por grandes ventanales y plantas verdes en los rincones. Escenario de trabajo diseñado siguiendo la filosofía Formula Uomo (Fórmula Hombre) impuesta por Montezemolo, que ha buscado para sus empleados un entorno natural, agradable, donde no olviden que hacer Ferraris debe ser una labor de artesanos, no de metálica fabricación en serie. Andrea Stella, el ingeniero de pista de Fernando, espera al piloto con datos de la última carrera y apuntes de la próxima. Ambos suben y bajan a los despachos superiores para revisar análisis o ver vídeos. Mirada al presente y al futuro, porque también Alonso debe dar el visto bueno al volante del año que viene y realizar alguna prueba sobre el confort del asiento del coche.
17.00 h. En la densa negociación con Ferrari para definir su contrato, los representantes del piloto tenían una condición primordial: reducir al mínimo los días de compromisos publicitarios, una de las obligaciones de la Fórmula 1 que menos le entusiasma. Éste fue también el motivo fundamental que se cruzó en su camino hacia Red Bull años atrás. La escudería energética, dominadora del actual campeonato, exigía una serie de actuaciones fuera de la pista que no cuadraban con su estilo. Alonso necesita aire, pero asume la parte de business que acarrea su muy bien pagado oficio. «¿Están probando en Fiorano?», pregunta interesado por el zumbido que llega del circuito privado que tiene la compañía, casi haciendo el gesto de olfatear la gasolina. Le apetece ponerse al volante y la Scuderia encantada, porque va a poder ofrecer a un grupo de vips llegados de California la posibilidad de rodar con su piloto estrella. En la pista, sube y baja a los extasiados dueños de Ferraris que no podían imaginar mejor monitor. Entra y sale al asfalto disfrutando, haciendo el caso justo a los mecánicos. Lo pone a fondo. Al bajarse, le espera una sesión de fotos y libros a firmar que irán a los exclusivos concesionarios que la marca tiene por todo el mundo. El último, en el Paseo de Gracia de Barcelona, que mañana mismo inaugura el español.
18.00 h. La tarde primaveral invita a seguir al tibio sol y Alonso medita durante unos instantes hacia dónde tirar ahora. «¿Gimnasio...? No, mejor un poco de bici, ¿no, Fabri?», pregunta/manda a su fisio, que ya tenía preparada la montura, conocedor a la perfección de los gustos del jefe, enganchado al ejercicio físico. Son muchos años a su lado y ahora, como todos los que rodean a Alonso, Fabrizio Borra disfruta de la calma en la que están instalados. El coche debe mejorar, pero el bicampeón goza del ambiente Ferrari, adaptado como un guante. Excepto el rendimiento del coche, lo demás está en orden. Al fin. Lejos queda el ruido de sus inicios o el infierno de McLaren, donde la ruptura llegó a ser tan grande que Fabri prefería calentar la pasta de Fernando en el motorhome de Renault a hacerlo en el del equipo inglés, donde se sentían forasteros. Detalles a revelar en una autobiografía pendiente. «¡Vamos, vamos! », anima el ciclista, a buen ritmo por el circuito y por las avenidas de Maranello, dedicadas todas a los campeones de la escudería. Su placa se quedó sin poner tras la nefasta tarde de Abu Dhabi, donde perdió el último Mundial. «No decidimos cuál iba a llevar su nombre. Esas cosas dan mala suerte», dicen en la empresa, aunque si no lo hicieron, habría que buscar qué o quién provocó el desenlace fatal de aquella carrera...
20.00 h. Sus piernas todavía quieren más, con adrenalina para quemar. Como casi siempre, organiza un partidillo de fútbol sala en la pequeña cancha levantada junto al gimnasio corporativo. Las instalaciones están abiertas para los empleados, como el centro médico o el campamento infantil en verano para los hijos de la familia ferrarista, ventajas de pertenecer a una compañía elegida en el primer puesto, según informes de la Unión Europea, por los universitarios del continente como lugar preferido para trabajar. «Aquí, aquí, Fernando», le piden la pelota los mecánicos reclutados para la pachanga y el piloto hace que no escucha. Tampoco mantiene una posición fija en el campo, va a todas con más bravura que nadie. Cualquiera mete el pie. Cuando la luz se va terminando, todos le miran esperando que pite el final. Iba ganando su equipo. Si no, todos saben que el partido se hubiera prolongado un rato más.
21.00 h. Disimula, pero sus pilas también se agotan tras un día tan ajetreado, de sol a sol. Rechaza con educación cenar fuera. Prefiere subir a su apartamento, comer suave y coger pronto el sueño, casi en horario infantil. Antes llamará a Raquel, su mujer, que prepara nuevo disco en Oviedo. Charlarán de sus cosas, como cualquier pareja a distancia, se lanzarán unos besos y le resumirá su jornada. Se ducha con música de fondo (lo que salga en su ecléctico iPod, de Estopa a David Guetta), da una vuelta por internet y se pone un capítulo de alguna serie (The Pacific). No dura mucho ante la pantalla porque se le cierran los ojos. Se duerme rápido, cómo no, a toda velocidad, deseando que llegue la mañana para volver a la brega. Así, tozudo, hasta que el Ferrari despierte.
Danzando a 260 por hora
Frenazos, goma quemada, cabezazos contra el cristal, el estómago encogido y velocidad extrema en tres vueltas a tope con el asturiano al volante de un 458 Italia, el deportivo del año
J. RODRÍGUEZ / Maranello
De repente, un cambio en la hoja de ruta del día del reportaje en Maranello. «Ahora subes tú», indica Alonso con el dedo amenazante al redactor. «¿Yo?, ¿seguro?». La posibilidad de dar unas vueltas como copiloto de un campeón del mundo de Fórmula 1 hace ilusión a cualquiera, pero el tono con el que surge la propuesta, como poco, intranquiliza, por no utilizar un verbo algo más contundente. Un ayudante del español aliña la sugerencia. «Lleva todo el día con ganas de hacerte esto». Vaya. Durante la sesión de giros con vips en el circuito de Fiorano, el piloto para en los boxes y abre la puerta de un flamante 458 Italia, el deportivo del año en el mundo. Señala el asiento con gesto firme. «Vamos, aquí».
«El mío es blanco», explica ante el salpicadero de piel. En la Scuderia miraron con asombro el pedido del asturiano, que prefería para el primer Ferrari de su vida un color distinto al mítico rojo del modelo que ahora mismo tiene en sus manos. «Es cómodo, ya verás», cuenta al ver las dificultades de su acompañante para instalarse en el asiento, que te deja encajado, imposible para tallas XL, bajísimo, estrechísimo, con la vista casi a ras del suelo. El olor a nuevo cambiará pronto por el de rueda quemada.
Alonso espera el ok de los controladores de la pista, que se la intentan dejar libre, aunque él preferiría cruzarse con otros pilotos de pruebas de la empresa, que llevan toda la tarde circulando con invitados. Quiere competir, cómo no, y, a la vez, enseñar a su compañero de viaje las respuestas de tan poderosa máquina. «Ahora me toca a mí. Esto es lo mío», parece decir con la mirada tras una jornada con ELMUNDO siguiendo su sombra.
Se muestra impaciente, a la espera en la vía de incorporación. Ajusta una y otra vez el aire acondicionado, repite «verás, verás» y tira de ambos cinturones de seguridad para chequear la tensión. También comprueba el cargador del cd, por si hubiera algo de su agrado, pero apuesta por dejar que suene otro tipo de música, más estruendosa. Toca de nuevo el volante, que recuerda al de un F1 por las levas y la cantidad de pulsadores que presenta. Antes del acelerón de salida, pone el sistema de cambio manual, no el automático, porque prefiere sentirse dueño de los 570 caballos de potencia.
«Primero una vuelta de calentamiento », dice, miente más bien, porque la secuencia inicial de curvas de Fiorano provoca que la libreta de apuntes salga por los aires y las Ray-Ban se estrellen contra el salpicadero. De repente, cambia el régimen del motor para que los decibelios bajen, amaga con unos metros de tranquilidad, antes de lanzarse en la segunda vuelta con el morro del bólido hacia unos conos, que quedan bailando por el rebufo. En cada giro, las fuerzas G te empotran contra la puerta ante su sonrisa gamberra (ojo a la foto de la izquierda).
En el volante, una línea de lucecitas marca la subida de marchas, y el cuentakilómetros se dispara: 180, 200, 220, 260... «¿Habrá que frenar, no, Fernando?». Cuando la curva nos devora, pisotón al pedal y el coche gira con violencia, sin perder agarre, clavado a la trazada. El cabezazo contra el cristal no se oye por el chirriar de las gomas, que ya arden, más cuando decide trompear ante la impasible señora que tiende sábanas en un bloque colindante al circuito, acostumbrada a ver de todo. «¿No ha sido para tanto, verdad?», inquiere con cara de niño malo, mientras su pasajero se baja agradeciendo haber hecho una comida muy liviana.
La entrevista
En la semana del Gran Premio de España, EL MUNDO cierra su visita a la fábrica de la mítica escudería con una charla en exclusiva con el asturiano, que, a punto de cumplir 30 años, reafirma su pasión por la marca italiana a pesar de los problemas en la pista
«Nunca me rindo, todos lo saben»
JAIME RODRÍGUEZ / Maranello (Italia)
Enviado especial
Mario, el fotógrafo, hace malabares para controlar los ángulos de sus imágenes. Estamos en territorio prohibido, en el taller de montaje de los Fórmula 1 en Maranello, donde las cámaras no pueden entrar. A estas horas de la tarde la actividad ha terminado, sólo quedan los cajones de las piezas cerrados con llave y las pulcras encimeras. Fernando Alonso (1981) se sienta en un taburete y apaga el móvil. Le cuesta ocultar el cansancio del día de trabajo en la fábrica de Ferrari y, sobre todo, su decepción por cómo están yendo las cosas en la pista. Llega este fin de semana a Montmeló tras haber subido al podio en Turquía, pero sabe que su coche sigue lejos del arrollador Red Bull. No ha encontrado todavía el feeling al monoplaza, pero mantiene la fe. La remontada del pasado año es su mejor impulso.
Pregunta.– A pesar de que no está siendo un periodo fácil, lleva 17 meses en Ferrari y parece cada día más enamorado de la marca. ¿Nos explica los motivos, por favor?
Respuesta.– Este equipo te engancha por lo que representa, por lo que ha hecho en la historia de este deporte y por el trato que recibes de la gente de aquí, cariñosísimos desde el primer día. El piloto es una parte muy importante de Ferrari, donde ha habido grandísimos nombres a lo largo de la historia, y te tratan de manera especial. Además, fuera del equipo lo que percibes te hace sentir distinto. Tienes aficionados en todo el mundo y notas la admiración. Siento un gran cambio respecto a cualquier otra escudería.
P.– ¿Para el piloto es más difícil intervenir aquí, al tratarse de una estructura tan grande, con tanta experiencia, con tanta historia?
R.– Al contrario, intervengo más. Y me gusta que se mantengan tradiciones de hace años, cuando los pilotos trabajaban más directamente con los ingenieros y mecánicos, cara a cara, con cercanía, no comunicando todo por e-mail. Aquí se habla, se discute, te preguntan y preguntas por el coche, por esta pieza, por tus sensaciones al volante. Todo es más directo, más vivo, más cercano...
P.– A punto de cumplir 30 años (en julio), ¿siente que volver a ganar el Mundial es una obligación, sobre todo estando en Ferrari?
R.– No. La diferencia de este equipo con otros es que aquí tarde o temprano te va a llegar la oportunidad de ganar. En otro sitio quizá no, pero aquí cualquier año malo se resuelve y las alegrías llegarán. Ganaré más tarde o más temprano. Con 30 años estoy en el lugar adecuado, en Ferrari, y quiero ganar. Es el sitio justo.
P.– Parece más calmado, más maduro, no protesta en público contra su equipo... ¿Ha cambiado?
R.– Me noto igual que siempre, sólo que con la experiencia sabes lo que es útil y lo que no, lo que sirve o no, lo que se puede decir o no, lo que se puede hacer o no.
P.– Se le ve encantado con el concepto familiar de Ferrari, siempre encima del piloto.
R.– Te sientes cómodo con ellos en los viajes, en el avión, cenando o fuera de las carreras. Conoces a sus familias, a sus hijos, y se establece cierta amistad entre todo el equipo. Es muy positivo.
P.– OK, nos ha detallado las virtudes, pero de las familias también se tienen quejas. Deme alguna.
R.– Nada en particular. Tampoco sé cómo trabajan otros equipos [piensa en Red Bull] ni cómo se organizannellos. Aquí intento aportar mi experiencia, lo que puedo sentir en el coche, lo que nos falta en la pista cuando ruedo tras un rival... Memorizo todo y cuando acaba la carrera explico qué curvas se nos atragantan, en qué sectores sentía que teníamos potencial o en qué zonas rodaba mejor Red Bull. Hay que comunicarlo con la mayor precisión posible. Es fundamental, información muy importante para el equipo.
P.– ¿Se llega a tener envidia de los coches rivales, por ejemplo, de los actuales Red Bull?
R.– No, para nada, no siento ninguna envidia de ellos.
P.– Ahora otra vez se ve obligado a remontar, como el pasado año.
R.– Lo que hice es irrepetible. Se le dará valor algún día, quizá cuando me retire. Teníamos dificultades y al final conseguimos encadenar una serie de puntos difíciles de repetir, con no muchas mejoras en el coche. Hablabais de duelo Red Bull-Ferrari, pero yo no veía ningún duelo. Ellos hacían primero y segundo en todas las cronos, nos metían a veces ocho décimas o un segundo, y luego en carrera se repartían las victorias, cosa que este año no está sucediendo, o se tocaban y no acababan, y nosotros hacíamos mucho más de lo que todo el mundo pensaba. Se convirtió en algo normal y la normalidad empezó a pasar desapercibida.
P.– Estamos en mayo y ya se ve a 52 puntos de Sebastian Vettel, sin margen para el error.
R.– Siempre se intenta empezar bien. En 2010 lo hicimos, pero luego nos quedamos atrás y remontamos por otros motivos, no por un avance de prestaciones. Este año hemos empezado con problemas diferentes, más difíciles de resolver, como los que hemos tenido aquí en la fábrica, en el túnel del viento, en infraestructuras que cuesta más ponerlas en su sitio. Será duro pero no imposible.
P.– ¿Cómo recuerda la mañana después de Abu Dhabi, tras perder el último campeonato?
R.– Tenía mal cuerpo, frustración y una profunda tristeza por la oportunidad perdida, ya que sabemos lo difícil que es ganar el Mundial.
P.– Conquistó muy joven dos títulos, pero también ha perdido dos en los últimos metros.
R.– Cuesta muchísimo ser campeón, cualquier detalle puede ser decisivo. Y no sólo en la F1. Mira el Real Madrid, que tiene todos los jugadores que quiere, o el Chelsea, que hizo fuertes inversiones y no logró ganar la Champions aún.
P.– ¿Se ve campeón con Ferrari?
R.– Nunca se sabe, pero es el único equipo donde puedes estar medianamente tranquilo. No hay una escudería como ésta para poder intentarlo cada temporada.
P.– ¿Tiene claro el número de años que le quedan en la F1?
R.– En estos momentos no lo sé, ni siquiera lo pienso.
P.– ¿Ha visto la película sobre Ayrton Senna?
R.– No.
P.– ¿Sobrecoge la posibilidad de tener un accidente, de morir?
R.– No, nunca. Si pensara en los riesgos o en la muerte al volante, no podría competir. Mejor no hacerlo.
P.– ¿Recuerda la última vez que se santiguó?
R.– No me acuerdo.
P.– ¿Habla mucho con su mujer de paternidad?
R.– No.
P.– Cuentan los pilotos jóvenes que en las reuniones manda usted. ¿Se siente respetado cada día más por los rivales?
R.– Llevo 10 años en la F1, así que es normal el respeto. Notas que cuando dices algo te escuchan a ti más que a los nuevos. Es verdad que en esas citas hay cierto tono cuartelario, de mili. No hacemos novatadas, pero sí hay galones. Se nota cuando hablo yo de algún circuito o de alguna curva a mejorar. Y, claro, tampoco es lo mismo, que lo diga Webber o Schumacher a que lo hagan los novatos, a los que no se les hace el mismo caso.
P.– ¿Qué piloto joven ve con opciones futuras de ser campeón?
R.– Nico Rosberg... Y Webber, que aunque no sea joven puede ganar el título todavía.
P.– El año pasado en una entrevista con EL MUNDO, usted hablaba de los antialonsistas. Con usted casi nadie es tibio. O le quieren o le odian. ¿Por qué cree?
R.– Los que me aprecian imagino que lo hacen porque nunca me rindo, lucho siempre, todos lo saben. Yo también admiro a este tipo de deportistas, les valoro su capacidad de competir y de luchar hasta el final,de no dar nada por perdido. Y a los que no les gusto será porque prefieren a otro. En el deporte es normal. Quizá les agrade otra manera de pilotar o una manera de reaccionar en las victorias o derrotas distinta a la mía. Será por eso, supongo.
P.– ¿No se pregunta por qué hay gente a la que no le gusta?
R.– Ya no, ahora me da igual.
P.– El próximo domingo, el día de las elecciones, tiene el Gran Premio de España. ¿Ha votado por correo?
R.– No lo he hecho.
P.– ¿Intenta explicar a Raquel o a su madre la compleja parte técnica de la F1 o las nuevas normas?
R– No lo hago, ni lo intento, mejor que vean y disfruten de las carreras.
P.– ¿Qué es lo que más le aburre de su oficio?
R.– ... Uhmm... No voy a decir las entrevistas [sonríe]... No, lo peor es cuando vengo aquí a Maranello y me tienen preparados para firmar 1.000 libros de Ferrari que irán a los concesionarios. Te sientas y estás tres o cuatro horas firmando. Eso no es muy divertido.
EL MUNDO (edición impresa)
Transcripción de Narnia (Publispain)
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