POR PEDRO FERMÍN FLORES/1-5-2005
Con apenas veintitrés años, este ovetense de aspecto tímido se ha encargado él solito de que el domingo a la hora de comer se acaben frente al televisor las discusiones sobre qué pograma ver. No hay alternativa posible, las citas con Alonso son ineludibles para toda la familia. Y lo que ni tan siquiera el todopoderoso fútbol ha sido capaz de lograr (que en una casa puedan ver deporte todos juntos, y que hasta se enfríe la comida por ello) sí lo ha conseguido este prodigio de imagen reservada que llena millones de hogares con sus gestos y sus actos cada fin de semana de Gran Premio. La próxima cita, el próximo domingo, en Montmeló, en el Gran Premio de España, para el que ya no hay entradas.
Mucho se ha hablado y escrito de un Fernando Alonso que ha revolucionado a más de 300 kilómetros por hora un país como España, donde apenas diez años atrás era impensable que un deporte como la Fórmula 1 fuera motivo de discusión los lunes por la mañana y mucho menos que para esas conversaciones los interlocutores pudieran utilizar un léxico adecuado con términos como «paddock», «pit lane», «pole position», vuelta rápida, «pit stop», y un largo etcétera que ahora empleamos para discutir lo sucedido en este y otros circuitos como si de un partido de fútbol se tratara.
Todo eso lo ha logrado un asturiano de pro al que muy pocos conocen de verdad. Tal vez porque él mismo se encarga de ello, alejándose lo más posible de los escenarios públicos y manteniendo un estricto círculo de amistades en su Oviedo natal con el que se aísla del mundanal ruido de la fama y el glamour que conlleva ser piloto de Fórmula 1.
Desde pequeño Fernando siempre tuvo un objetivo claro: triunfar y ser el número uno. Con apenas tres años, con su primer «kart» construido por su padre, José Luis, ya alzaba los dedos al cielo indicando con el índice sus imaginarias victorias frente a poderosos rivales. Cuando un par de años más tarde empezó a competir, él siempre debía quedar ganador, porque al bajarse de su diminuto «kart» saltaba de alegría celebrando un triunfo, que en la mayoría de las ocasiones tan sólo era cierto en la ilusión y la inocencia de un niño de cinco años que ya luchaba con otros mucho mayores que él.
Esa pasión la ha conservado intacta a lo largo de todo este tiempo para cumplir sus objetivos. Alonso se transforma en el ídolo de masas el fin de semana de Gran Premio, y luego se camufla para disfrutar del anonimato furtivo en cuanto le es posible.
Hay muchos aspectos de Fernando que nunca podremos desvelar, por esa privacidad que él mismo antepone de forma correcta; pero hay otros que no tiene reparo en compartir abiertamente con los más cercanos a él. Por ejemplo, su pasión por practicar otros deportes, en especial el ciclismo o el fútbol.
En «bici» camino de la montaña
Ahora cada vez lo tiene más difícil, pero un par de años atrás no era tan extraño ver a Fernando por las carreteras cercanas a Oviedo una mañana cualquiera rodando con su bicicleta camino de algún puerto de montaña. Incluso en más de una ocasión ha pedaleado con ciclistas profesionales asturianos en jornadas de entrenamientos. Uno de sus máximos ídolos desde la infancia siempre ha sido el navarro Miguel Induráin, con el que finalmente se encontró hace un par de temporadas coincidiendo con el Gran Premio de España en Montmeló.
A Fernando le gusta tanto el ciclismo, que si coincide la celebración de la Vuelta a España, el Tour o el Giro con un fin de semana de Gran Premio, aprovecha el horario de emisión posible para sentarse frente al televisor en su «motorhome» privado y casi aprieta los dientes para ayudarles a subir los puertos.
Y si hablamos de fútbol la cosa aún empeora, ya que su pasión por el llamado deporte rey, al que él mismo ha restado cuota de pantalla con sus grandes acciones en pista, llega a límites insospechados. Además de participar en todos los partidos benéficos que periódicamente organiza Michael Schumacher en cualquier estadio del mundo, Fernando se encarga de «arreglar» otros partidillos a diario con sus mecánicos, con Fisichella, con sus amigos, con quien sea, pero para disfrutar dándole golpes al balón.
Siempre ha declarado su «pasión» por el Real Madrid, y cuando su apretada agenda se lo permite se camufla entre las gradas del Santiago Bernabéu para ver a su equipo.
Disparos desde el otro lado
Pero si en cualquier deporte que practique Fernando pone toda su ilusión y tesón por ganar y ser el mejor (aunque sea en una de las habituales partidas de cartas con Briatore, Fisichella y su fisioterapeuta Eduardo), cuando entramos en sus «hobbies» personales la cosa no cambia en absoluto.
La fotografía es una de sus pasiones, y siempre que puede va cámara en ristre inmortalizando todo lo que se ponga frente al objetivo. No tiene por costumbre enseñar obra fotográfica, pero a buen seguro que si un día se decide a darla a conocer vamos a ver muchas y sorprendentes imágenes captadas desde la perspectiva de alguien que convive diariamente entre miles de flashes y grandes angulares.
Lo que sí muestra más abiertamente es su gran afición por la magia. En especial por los trucos con cartas o manipulación cercana («close up»), a los que, tras haberlos adquirido en una tienda de cualquier parte del mundo, les da su toque personal antes de mostrarlos públicamente.
Fernando es tan sólo un mago de multitudes cuando se pone al volante, porque el otro mago, el del truco de cartas, siempre sale frente a un reducido grupo de elegidos espectadores que él mismo recluta. Tal vez lo haga de esta forma porque, aunque parezca extraño, la timidez es una de sus principales características.
Foxi (como le llama Briatore), Fer (como le llaman algunos) o Nano (como le llaman sólo sus amigos de la infancia) son algunos de los diminutivos cariñosos que recibe habitualmente un joven que tiene en la familia uno de sus pilares más importantes a la hora de valorar la vida. Es más hogareño de lo que muchos se puedan imaginar, y en más de una ocasión ha cogido vuelos privados desde cualquier parte del mundo para pasar en su casa apenas unas horas junto a los suyos, antes de reemprender nuevamente su dura agenda de actividades y compromisos.
Esos viajes de incógnito en algunas ocasiones son descubiertos por los periodistas, que, en su afán de capturar la imagen o conseguir una declaración, lo único que consiguen es que la timidez de Alonso se transforme en malhumor y enfado por el asedio al que se somete a su familia.
Su abuela Luisa es su gran confesora. Fue la protagonista de la anécdota de su primera victoria en Hungría, en el año 2003, cuando, tras cruzar el primero la línea de meta, explicaba que su nieto le había dicho antes de salir de Oviedo: «Voy a ganar la próxima carrera, pero no se lo digas a nadie».
Junto a Fernando es habitual ver siempre la imagen de su padre, José Luis, que le acompaña a lo largo de todo el periplo europeo del calendario. Ahora ya no es necesario hacer aquellos eternos viajes en coche a Italia y otros países en los años en que Fernando disputaba campeonatos de karting, y en los que José Luis conducía sin parar toda la noche del domingo, con Fernando dormido en el asiento posterior para que este no perdiera la escuela del lunes.
Una amiga «especial»
Alonso es muy receloso con todo lo que se refiere a su intimidad a pesar de ser un personaje de talla mundial. Intenta separar al máximo lo que son sus obligaciones públicas por contrato de sus momentos más personales. Desde hace un tiempo incluso la prensa del corazón persigue todos sus movimientos en busca de la ansiada fotografía junto a una acompañante, pero él hasta ahora ha salido casi siempre victorioso.
De todos es conocido que Fernando tiene una amiga muy especial con la que habla diariamente y de forma más continuada los días de Gran Premio. La pasada temporada incluso le acompañó en un par de ocasiones, y no es extraño verla de vez en cuando por algún entrenamiento privado en los circuitos españoles.
Él mantiene que es una amistad, a pesar de que en algunos medios quieran transformarla en un claro noviazgo con una joven y bella catalana que conoce perfectamente el mundo del motor porque su familia también está vinculada a este deporte.
Sea como fuere, lo importante es que la «otra vida» de Alonso, la pública, la de todos los domingos frente al televisor o escuchando la radio, la que podemos compartir, tiene visos de ser una vida llena de alegrías y triunfos que él mismo se va a encargar de celebrar con todos de forma especial. Esa es la realmente importante, la que cuenta de veras, ya que la suya, al igual que la de cualquiera, pertenece a su más estricta intimidad, que todos deberíamos siempre respetar.
ABC
sábado, 11 de julio de 2009
Fernando Alonso: la vida a 300 kilómetros por hora
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Poleposition
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Etiquetas: Artículos
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