Elmundo.es - Javier Olave - Abril 2003
Una frenada a 300 por hora dentro de un Fórmula 1 es poco al lado de algunos sobresaltos, como que suene el teléfono y quien llame sea Ferrari o que el gran jefe Bernie Ecclestone esté esperándote en su mesa de trabajo. Eso es lo que le ha pasado a Fernando Alonso. Acaba de subir al podio en el Gran Premio de Malasia, donde ha llegado de la mano del ex piloto Adrián Campos, su representante y padre deportivo.
“Yo quería ser piloto de motos, pero en mi pueblo había un chico que siempre me ganaba. Pensé que, si en mi pueblo me ganaba uno, en España me ganarían 20, y en el mundo muchos más. Así que me dediqué a los coches. Yo llegué a piloto de Fórmula i. Pero resulta que aquel chico de mi pueblo fue cuatro veces campeón del mundo en moto. Se llama Jorge Martínez Aspar”. Adrián Campos Suñer (Alzira, i960), abrumado por su amigo Aspar, se retiró de las motos para emprender dos sueños. El primero, ser piloto de coches. Lo logró en 1987. El segundo, ayudar a que fuera campeón del mundo un niño que le pasó como una bala en un circuito de karts. Ese niño se llamaba Fernando Alonso, y es el epicentro de un violento terremoto.
En la madrugada española del sábado 22 de marzo de 2003 un español hizo por primera vez la pole en un Gran Premio de Fórmula 1, el de Malasia. Apenas 24 horas después, Fernando Alonso (asturiano de 21 años) cerraba un fin de semana histórico subiéndose al podio. Fue el prendido de la traca. Ardieron los noticiarios y los periódicos, se griparon los canales de fútbol por un domingo: después de medio siglo, un español había llegado a la Luna. Alonso relegaba a Michael Schumacher en la parrilla de salida y en la carrera. Al día siguiente, los diarios de medio mundo le señalaban como la nueva estrella mundial.
Unas horas después de ducharse con el champaña del podio, Alonso cenaba con su manager y padre deportivo, Adrián Campos, y con varios amigos, entre ellos Eddie Jordan. Todos se preparaban para ir al aeropuerto de Sepang cuando sonó el teléfono.
–¿Señor Campos? Le llamo de Zarzuela... Su Majestad tiene mucho interés en hablar con Fernando Alonso. Yo volveré a llamarle dentro de 20 minutos, y cinco minutos más tarde llamará directamente Su Majestad.
FELICITACIONES REALES.
Pasados 25 minutos, Campos le pasó el teléfono a Alonso. “Fernando, te he estado viendo esas 14 vueltas, paseando la bandera de España en cabeza, y se me han saltado las lágrimas”, le dijo el Rey mientras Alonso se separaba un poco el teléfono de la oreja, tapaba el micrófono y le hacía gestos a Campos: “¿Cómo debo llamarlo: Majestad, señor, usted…?”.
Efectivamente, toda la parte trasera del casco de Fernando Alonso es una bandera española. La Historia, caprichosa, recuerda un casco exactamente igual hace 20 años: el de Adrián Campos. Esa semejanza es solamente una casualidad, que contribuyó a que Campos se fijara en Alonso:
“Lo vi por primera vez en un karting indoor en el Palau Sant Jordi de Barcelona, en i996. Él tenía que disputar su manga con otros jóvenes, pero a la vez, llevaba la cámara para filmar nuestra manga. Allí estábamos René Arnoux, Arturo Merzario, Jacques Laffitte, Emilio de Villota, Luis Pérez-Sala y yo peleándonos por la victoria, cuando aquel chico se dejó pasar por todos para luego adelantarnos uno a uno y filmarlo todo. Me impactó, y también me llamó la atención su casco: llevaba una bandera española de lado a lado, como yo”.
Ésa fue la génesis de una asociación que ha hecho parada en el podio de Malasia y que acabará con Fernando Alonso como campeón del mundo de Fórmula 1.
“En toda mi vida, sólo he dicho que iban a ser campeones del mundo dos pilotos. El primero, Aspar. El segundo, Fernando. Ya tengo el 50% acertado. El otro 50% llegará pronto. Fernando y Renault estarán luchando por el título en 2005 o 2006”, afirma, rotundo, Campos, que podría haberse dedicado a ser un bon vivant, habida cuenta de la gran fortuna familiar de su abuelo, Luis Suñer, dueño de Avidesa durante décadas. Pero eligió un camino retorcido, lleno de curvas. Y plagado de asaltadores de bancos, navajeros de lujo y vendedores de humo: la Fórmula 1.
Tal vez, visto desde fuera, el panorama sea onírico. Pero, desde Alzira hasta el podio de Malasia, rumbo a ese escalón más próximo al cielo, hubo que atravesar los infiernos. Muchos llamaron niño rico a Campos: “Se equivocan. Jamás nadie me verá derrochar. Mi abuelo fue el primero que me enseñó lo que vale el dinero. Y sólo lo puso para mí un año, en 1983, cuando fabricamos los Fórmula 3 para correr”. Sin agobios económicos, pero con severa disciplina, Campos cumplió los 20 años sin haber podido hacer más que carreras a escondidas con su amigo Aspar. Entró a trabajar en Avidesa y, hasta obtener un despacho, tuvo que trabajar repartiendo helados. Cuando llegó el momento de convertirse en un ejecutivo, se reunió con su abuelo y jefe: “No quiero pasarme la vida aquí sentando pensando en que podría haber sido piloto de Fórmula 1. Tengo que intentarlo”.
Para entonces, ya habían pasado muchas cosas. Su abuelo –“la persona que más ha influido en mí”– fue secuestrado durante 90 días por ETA. Y Aspar, su gran amigo, ya había sido campeón de España y corría el Mundial, convertido en el delfín de Ricardo Tormo. “Mi vida ha estado siempre muy cerca de las carreras, y Aspar me daba mucha envidia. Yo también necesitaba correr”.
Años más tarde Campos y Aspar vivirían, junto a un ex alcalde llamado Eduardo Zaplana, otro sueño: la construcción del Circuito de Valencia, en el que uno es ahora responsable de la escuela de motos y el otro de la de coches. Y en esa fábrica de talentos recibió un empujón, entre otros, Fernando Alonso. Aunque aún hay que remontarse a la infancia de Fernando Alonso, cuando Adrián Campos se convirtió en piloto de Fórmula 1:
“Cuando llegué a Minardi, me preguntaron que quién iba a ser el español que iba a conseguir triunfar en la Fórmula i. Dije que aún no había llegado, que debía tener tres o cuatro años (Fernando Alonso tenía cinco)”. Cuando a Campos le preguntan ahora sobre quién será el siguiente Alonso, responde lo mismo: “Si existe, probablemente ahora tiene tres o cuatro años”.
Así que, mientras Alonso manejaba un kart fabricado por su padre en el parking de un hipermercado, Campos era la estrella del automovilismo español. Comenzó en 1982 corriendo la fórmula 1.430, en la que el título se le escapó, seguramente, por una brutal riada que devastó Alzira y estropeó su coche. En i983, con la ayuda de su abuelo, construyó y pilotó bólidos de F-3, antes de convertirse en piloto oficial de Volkswagen y tercero del Campeonato alemán de F-3 (en 1984); ese mismo año ganó el Gran Premio de la Lotería de Monza por delante de Gerhard Berger e Ivan Capelli.
En 1986 fue piloto oficial de Lola y probador del equipo Tyrrell de F-1. Y a finales de ese mismo año recibió una llamada del vicepresidente de Cita, la empresa canaria filial de West. “¿Te interesa hacer la Fórmula 1 con West en el equipo Zakspeed?”, le preguntaron.
En las negociaciones del contrato, Zakspeed acabó pidiendo 90 millones de pesetas extra. Campos llamó a la familia Sáez Merino, propietarios de Lois, amigos suyos de Valencia que siguen apoyando a su equipo hoy día. Con el patrocinio en marcha, Campos tuvo la idea de que, puestos a pagar, había un equipo mejor: Minardi. Así que negoció con Giancarlo Minardi su entrada en el equipo, en el mismo escenario en el que 13 años después tendría que negociar un contrato para su piloto Alonso…
Sus resultados en la Fórmula 1 no fueron brillantes. “Yo jamás dije que iba a ser campeón del mundo, sólo que iba a llegar a la Fórmula 1, donde estaban los mejores”, aclara modestamente. Corrió la temporada entera de 1987 y sólo parte de la de 1988, en la que tuvo como compañero de equipo a Luis Pérez-Sala. “En Montreal me bajé del coche, le di el volante a Giancarlo (Minardi) y le dije: ‘Conduce tú el coche, que yo ya no lo haré más’”. Su carrera deportiva finalizó con tres temporadas en el Campeonato de España de Superturismos, en el que consiguió el título.
Tiempo después recibió una llamada del alcalde de Benidorm: “¿Podemos reunirnos?”. Aquel hombre era Eduardo Zaplana. “Adrián, he visto en televisión el Gran Premio de Montecarlo de Fórmula i. ¿Crees que podríamos hablar con Bernie Ecclestone (el gran jefe de la Fórmula 1) y organizar el Gran Premio del Mediterráneo en las calles de Benidorm?”. Campos tomó un Vespino y, escéptico, recorrió las calles de la ciudad buscando un posible trazado. “Lo mejor sería hacer un circuito permanente”, le dijo a Zaplana. El alcalde y el ex piloto se fueron al catastro y buscaron unos terrenos. “Aquí es el sitio ideal”, dijo Zaplana, señalando una zona que había sido calcinada por el fuego. En aquel emplazamiento se levanta hoy Terra Mítica, pero Zaplana logró su circuito: lo situó dentro de su programa electoral y, elegido presidente de la Comunidad Valenciana, el circuito de Cheste fue una realidad gracias, en gran parte, al empujón de Campos y al de su amigo Aspar.
“Ahora que tenemos el teatro, necesitamos los actores que sustituyan a Aspar y Tormo”, les dijo Zaplana. Y Aspar y Campos organizaron las dos escuelas levantinas de conducción de dos y cuatro ruedas, coronadas por los equipos de elite. Campos fundó el equipo Adrián Campos Motorsport para correr la recién creada Fórmula Nissan –las Superfund World Series de hoy día– y contrató a Marc Gené y Antonio García. Cuando Gené ganó el campeonato y saltó a la Fórmula 1, Campos buscó el teléfono de aquel joven que, cargado con una cámara, le había pasado como una flecha en el karting de Barcelona. Desde aquel momento ya no le había quitado el ojo. Campos llamó al padre de Alonso y se encontraron en Alzira: “Ese día supe que Fernando sería campeón del mundo. Sólo me dijo hola y adiós, pero me recordó muchísimo a Aspar. Tenía la misma mirada, le importaban las mismas cosas, se comportaba igual, también hablaba poco… Mientras yo estaba con su padre, él no paró de dar vueltas alrededor del coche, sin dejar de mirarlo. No le importaba nada más”.
ENCUENTRO CASUAL.
José Luis Alonso, el padre de Fernando y hoy director del equipo de Adrián Campos Motorsport, venció su escepticismo –“¿de verdad que no tenemos que pagar nada porque Fernando corra en tu equipo?”– y firmó un contrato de tres años para que su hijo fuera piloto. Ese contrato se hizo pedazos en un año, y Campos dejó de ser el patrón de Alonso para ser su representante. La razón era que el joven ya viajaba hacia el triunfo a la velocidad de la luz.
Jamás había pilotado otra cosa que no fuera un kart. Campos y Marc Gené tuvieron que enseñarle el uso del embrague justo antes de su primer entrenamiento, en Albacete. Aquel día, Alonso se salió de la pista. Al día siguiente, volvió a estrellarse. Pero poco después del segundo incidente, esa misma tarde, igualó el tiempo de la pole de Marc Gené del año anterior. Gené, cuando vio el registro, se echó a reír: “Adrián, este chico nos ha engañado: no es posible que no se haya montado nunca antes en un coche”.
Poco después, en 1999, llegó su primera carrera, también en Albacete. Se puso en cabeza en la primera manga, pero se salió.
“Yo estaba con un nudo en la garganta por lo que había visto, pero él se acercó, me dio un abrazo y me dijo: ‘Tranquilo, que voy a ganar la segunda manga’”. Y lo hizo. En su primera carrera dentro de un coche, contra algunos veteranos de fuste, Alonso venció. Tenía 17 años.
Ese 1999 fue campeón de la Fórmula Nissan y obtuvo como premio probar el Minardi de Fórmula i en Jerez.
Allí, con el asfalto mojado, volvió a asombrar a todo el mundo. Después de sus 16 primeras vueltas en un Fórmula 1, Minardi lo obligó a pararse. Ya estaba a menos de un segundo de los tiempos de Gené. El equipo italiano lo quiso subir en su monoplaza ya ese mismo año, pero Telefónica, su patrocinador, pensó que aún era pronto y que el chaval necesitaba rodaje.
Y se rodó en la Fórmula 3000 dejando boquiabierto a todo el mundo. Tras un principio de temporada horrible, acabó seduciendo a los entendidos en los circuitos más difíciles: victoria rotunda en el mítico Spa, segundo en el resbaladizo y revirado Hungaroring, vuelta rápida en Mónaco… Su dominio acabó siendo abrumador. Pero antes de llegar a los momentos dulces de final de año, cuando aún peleaba en el barro con un coche mal puesto a punto por los ingenieros, llegó el gran momento de tensión: antes del Gran Premio de Alemania, Gabriele Rumi, propietario de Minardi, dio un puñetazo en la mesa delante de Adrián Campos:
“O Alonso firma con nosotros antes de las seis de la tarde, o jamás se subirá a un Minardi de Fórmula 1”.
Aunque Alonso pasaba desapercibido aún en la Fórmula 3000, Minardi ya había visto que era oro puro en la prueba de Jerez. Campos y Alonso, que habían tratado de demorar la firma esperando un escenario mejor, se comprometieron por cinco años. Desde la perspectiva de hoy, tal vez pareciera prematuro. Pero aquel contrato ya era una revolución para la historia del automovilismo español: Minardi se comprometía a pagar a Alonso, no le pedía dinero por pilotar su coche…
Ese mismo año, Minardi invitó a Alonso a unas pruebas privadas en el circuito de Maranello, donde también estaba rodando Ferrari, propietaria del trazado. En su segundo día al volante de un Fórmula 1, Alonso hizo el mismo tiempo con su Minardi que Luca Badoer con su Ferrari. La telemetría –sistema de recogida de datos– de Maranello es externa, así que los responsables de Ferrari, sorprendidos por el prodigio, pudieron comprobar la forma de pilotar de Alonso.
“Me llamó el director deportivo de Ferrari y me explicó que Jean Todt –el gran jefe– quería comer conmigo. Quedamos y Todt me dijo que querían a Fernando. Su idea es que pasara un año en Prost y luego sustituyera a Barrichello. Me dejaron ver que era a petición de Schumacher. Pero nos dijeron que ellos no le comprarían nuestro contrato a Minardi. Pusieron sus abogados a nuestra disposición para buscar cómo romper el contrato, pero dijeron que no pensaban pagar porque Fernando aún era un piloto desconocido”.
Con los acontecimientos cabalgando desbocadamente y con Fernando Alonso en la portada de la Gazetta dello Sport –“Ferrari quiere a Alonso como relevo de futuro de Schumacher”–, Campos estaba nervioso. Se estaba jugando un momento histórico y equivocarse era un riesgo enorme.
Alonso fue rotundo al expresarle su voluntad a su manager y amigo Campos:
“Minardi apostó por mí y no vamos a dejarlos tirados. Si alguien me quiere, que negocie con ellos”.
Eso era decirle no a Ferrari…
FERNANDO ALONSO, “EL DESEADO”.
Siguió sonando el teléfono. Llamó Jonathan Williams, hijo de Frank Williams, cuya escudería quería a Alonso como probador. Y también marcó el número de Campos el responsable de Renault, Flavio Briatore. En semejante encrucijada, sintiéndose responsable ante la Historia, Campos decidió llamar a su amigo Pascuale Lacunedu, la mano derecha de Bernie Ecclestone. Le explicó su situación.
“Dame media hora y te llamo”, le prometió Lacunedu.
Media hora después sonó el móvil:
“El jefe –Ecclestone– os espera mañana a las 10 en su despacho”. Campos se estremeció:
“En año y medio en la Fórmula 1, yo le había dado la mano dos o tres veces a Bernie. Fernando ni siquiera había empezado, y ya nos llamaban a su despacho”.
Esa noche se reunieron en Londres con Briatore, que se ofreció a comprar el contrato a Minardi y diseñar el siguiente plan: un año cedido en Minardi, un año como probador en Renault y, en 2003, piloto oficial de la escudería francesa si se lo ganaba.
A la mañana siguiente los recibió Ecclestone en su despacho, presidido por una escultura que simula un montón de billetes de dólar.
“Olvidaos de Minardi. Williams tiene ahora dos pilotos –Ralf Schumacher y Montoya– que le van a durar mucho tiempo. A Ferrari, Fernando irá cuando sea campeón del mundo. En Renault es donde hay que estar”.
Campos guardó en secreto esa visita y esa conversación. Recibió multitud de críticas cuando corrieron los rumores de que había rechazado a Ferrari. Él y Alonso fueron censurados duramente por ser fieles a Minardi…
Pero ésa es ya una historia muerta a partir del 22 de marzo de este año, el día en que Fernando Alonso presidió la rueda de prensa sobre la pole de Malasia, con Michael Schumacher a su izquierda. En ese momento, Campos aguantó, a duras penas, las lágrimas. Y un día después, cuando su amigo y joven pupilo Fernando Alonso lo señaló desde el podio para brindarle el éxito, Adrián Campos Suñer se acordó de su abuelo, de su amigo Aspar, de Eduardo Zaplana y de un montón de gente querida.
Elmundo.es
viernes, 25 de noviembre de 2011
Una estrella puede tener dos padres 2003
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Publicado por
Poleposition
en
8:17
Etiquetas: Artículos
Subscribe to:
Enviar comentarios (Atom)
0 Comments:
Post a Comment