domingo, 12 de julio de 2009

Fernando Alonso pedalea con Carlos Sastre


El ganador del Tour y el campeón del mundo de F-1 compartieron kilómetros en bici por las carreteras del Algarve.

Los imponentes cuádriceps de Thor Hushovd avanzan cansinos por los pasillos al aire libre del hotel Robinson Quinta da Ría donde realiza la pretemporada el nuevo equipo de Carlos Sastre, el Cervélo. Rutina diaria, salir a entrenar, a devorar kilómetros, llueva, granice o el termómetro marque bajo cero. Junto al noruego van apareciendo más figuras forradas de negro y rojo -los colores de la escuadra-, pertrechadas para el frío. Gómez Marchante, Iñigo Cuesta, Joaquín Novoa... La guardia pretoriana de Sastre, que hoy recibe, cual marqués en palacio, a un visitante ilustre. Ha quedado con Fernando Alonso para montar en bici.

Alonso aparece a las nueve y media de la mañana con una bolsa azul a cuestas. Un empleado del Cervélo ha recorrido treinta kilómetros para esperarle en la salida 16 de la autopista del Algarve, dirección Tavira. El hotel está tan escondido entre carreteras estrechas, alguna sin asfaltar, que no se detecta en los GPS.

Los chicos del Cervélo se han desayunado con la noticia. Mientras dan buena cuenta de deliciosas caracolas con crema y zumos de frambuesa, el asunto se expande de mesa en mesa. Alonso llegará en media hora. Sastre, el capitán de la tropa, juega vacilón con sus compañeros. «Nada de ir a rueda hoy, Marchante», le dice al fichaje que llegó del Saunier Duval.

Alonso recorre el hotel hasta el edificio Coimbra, una especie de adosados donde se hospedan los ciclistas. Y tiene curiosidad por saber el porqué de la denominación del equipo «Cervélo test team (equipo de pruebas)». «Somos un experimento piloto, un banco de pruebas para los materiales y componentes relacionados con el ciclismo», le explican. El piloto, que ha adelgazado tres kilos este invierno para quedarse en unos lustrosos 67, no desentona para nada cuando baja del apartamento de Carlos Sastre (60 kilos ayer, 58-59 en plena forma) embutido en un traje ciclista completamente negro.

«¿Quién es el director del equipo?», pregunta el campeón de la F-1. «Van Poppel», le dicen. Alonso se encoge de hombros. «El que peleaba los sprints a Abdoujaparov al principio de los noventa». El piloto asiente. Es un aficionado acérrimo del ciclismo, tanto que se ha machacado en la bici este invierno junto al campeón olímpico Samuel Sánchez, con quien ha trabado amistad, al igual que con Sastre o Rubiera. Tanto que en el tránsito entre las carreras de Montreal e Indianápolis en el 2006, hizo una parada técnica en Nueva York para darse el gusto de tomar un café con Lance Armstrong, su ídolo.

A Sastre lo conoció en el último partido de la malaria Casillas-Nadal. Intercambiaron teléfonos y semanas más tarde quedaron para verse en el Algarve. El Cervélo acudirá mañana al circuito de Portimao para seguir el entrenamiento de Alonso a bordo del R29.

La aparición de Alonso revoluciona el estrecho pit lane donde el Cervélo guarda las bicis. Sastre ejerce de anfitrión y le presenta a los dueños de la empresa, Phil White y Gerard Vroomen, que se interesan por las posibilidades del piloto en el próximo Mundial. También Thomas Campana, el manager. Más didáctico es Alejandro Torralbo, el veterano mecánico curtido en mil batallas, que explica al asturiano medidas, posiciones y componentes de las Cervélo, bicis que cuestan 6.000 euros cada una. Alonso se ha traído su Colnago blanca, deferencia de Fabrizio Fabri, que trabajó en el ciclismo atendiendo en su clínica de fisioterapia a Ivan Basso y a Marco Pantani.

«Si lo veo mal, me subiré al coche», dice Alonso, a quien se ve feliz en ese ambiente, tan alejado de la rigidez de la Fórmula 1.

La comitiva sale.

Tres horas y media de excursión, 110 kilómetros y 1.300 metros de desnivel. Cae un chaparrón nada más arrancar. «Tiene que salir el coche de seguridad», le comenta Alonso a Sastre. El piloto es el niño mimado. Los grandullones le protegen del viento para evitar el desgaste. Mediado el trayecto, los chicos le llevan agua y barritas energéticas. Alonso se interesa por la parte mecánica, el plato rotor de las Cervélo. En uno de los repechos, sprinta con Sastre.

En un llamo, sprinta con Hushovd. Los dos le ganan. «He calculado mal la distancia», bromea. En el tramo final, el piloto está ya cansado, pero no lanza una queja. Es más. Ataca en una bajada que da acceso, de vuelta, al hotel. «Es un atleta, un tipo duro -cuenta Sastre a ABC-. Y sería un buen clasicómano. Los repechos le van fenomenal».

La Voz de Galicia

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