martes, 14 de julio de 2009

El 'Nano'

11/5/2003

Fernando Alonso. Su nombre suena como un disparo en los circuitos de Fórmula-1. Pero entre los suyos, nadie lo pronuncia. Para ellos, el que antes fue el 'Nanín', el enanín que con tres años pegaba volantazos sobre un kart, ahora es el 'Nano', el de siempre; un chico normal, dicen los que le conocen. Un estudiante normal: apenas iba a clase y aprobaba todo con nota. Un niño normal: siempre fue el más pequeño y el más rápido. Un piloto más: como no tenía medios para entrenarse en los circuitos, se aprendía las pistas de memoria en las réplicas de los videojuegos. Quienes no le conocen le consideran un fenómeno: el más joven (21 años) en lograr una 'pole' y subir a un podio de Fórmula-1. Para ellos es Fernando Alonso. Para los suyos es el 'Nanín', el 'Nano', el que ha hecho de la genialidad un hábito.

Si se quiere buscar su cuna no hay que ir al barrio donde vivió. Su calle, Capitán Almeida, es la misma que hay en todas la ciudades. Paredes caravista delimitadas por un doble río de coches. Hay frente a su portal una papelería con revistas que llevan su rostro. La dueña le conoce sólo por las fotos.

No es ahí donde hay que buscar su historia. Está en el Circuito de Asturias que hace 12 años se inventaron el padre del 'Nano', José Luis, y amigos suyos como José Luis Echevarría. Ahí está su casa, su campo de juegos, de sueños.

Antes de levantar el circuito, los dos 'José Luis', el padre y el amigo, habían pasado años de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta, montado pistas para que compitieran los chavales. «Así pasábamos los fines de semana. Nos íbamos por todo el Norte con los karts», recuerda Echevarría.

'Nanín', claro, iba con ellos. Tenía tres años cuando Lorena, su hermana mayor, se cansó del kart. El crío heredó la montura. «Nosotros teníamos seis años y enseguida empezó a ganarnos». Esto lo dice Álex Rodríguez, rival sobre la pista y amigo íntimo fuera. Los coches eran su juego. Lo que conocían. «Estábamos siempre llenos de grasa, con los karts, o echando carreras con los coches de juguete». O juntando las piezas de varios 'scalextric'. El 'Nanín' comenzó, vuelta a vuelta, a trazar la letras de su futuro. «Tenía algo», insiste su amigo. «Pero por lo demás es un chaval sencillo, como todos».

2.000 kilómetros de viaje

En el bar del Circuito de Asturias, Echevarría repasa la vida del piloto de foto en foto, todas colgadas de las paredes. «Aquí está en Zalla, con los Vilariño, buena gente». El relato del resto de las imágenes comienza siempre igual: «Aquí fue cuando ganó en...». Y aquí -baja un momento la mano y señala una mesa- es donde se 'pica' al parchís. No le gusta perder a nada y hace lo que sea por ganar». Allí halló amigos y novia, Rebeca, la hija del regente del bar. Allí se refugia cuando vuelve de Oxford, sede de su equipo, Renault, y su domicilio ahora. «Muchas veces dicen que está en Inglaterra, pero en realidad está aquí. Y fíjate si será competitivo, que si ve que hay un crío de siete años en la pista, saca su kart y le echa una carrera».

Cuando cita al 'Nano', Echevarría refuerza sus palabras con una galería de gestos. Cierra los puños, los junta y sonríe. «¿Sabes en qué se diferencia de los otros? En la constancia. Por lo demás, es un chico normal». Sí, pero algo tenía. Y por eso los Alonso, padre e hijo, y Echevarría iniciaron un viaje que ha acabado en la Fórmula-1. Los karts en España son un juego; en Italia, una vocación. Por eso, cada jueves, el 'Nano' salía a las dos y media de la escuela. Se subía con los dos 'José Luis' a un Peugeot 405 diesel y partían hacia Parma o Milán. Tardaban 16 ó 17 horas, «eso si no encontrábamos niebla».

Llegaban el viernes, a las seis o las siete de la madrugada, y a entrenar en el circuito. El chico normal frente a pilotos mayores que llevaban allí, dando vueltas, más de tres días. «Los 'bambinos' que compiten en Italia no van a la escuela. Pero la madre del 'Nano' fue inflexible. Su hijo tenía que estudiar». Sábado y domingo había carreras. Sólo una vez no se clasificó para la segunda ronda. Su fama aumentaba. Un enanín, y tan rápido. Europa empezó a saber de él. «En España no le conocía nadie». Luego, tras las competiciones, todos a los hoteles. El 'Nano', su padre y Echevarría, en cambio, se subían al Peugeot: otros 2.000 kilómetros. Llegaban el lunes, de madrugada. El martes, a las 8.30, el crío estaba ya en la escuela, en el Colegio Santo Ángel de la Guarda. Interrumpía su educación para ir al colegio.

Rosa Martínez fue su maestra -matemáticas, física y química- y tutora. «Somos vecinos y muchos días subíamos juntos al colegio. Era encantador, sencillo, el estudiante que todos queremos tener». Con 14 años, ya campeón del mundo de karts, fue incluido en la lista de deportistas de élite del Consejo Superior de Deportes: tenía derecho a exámenes especiales. «Nunca quiso eso. Venía, los compañeros le dejaban los apuntes y se examinaba. Nunca suspendió. Siempre fue muy maduro para su edad».

Un niño maduro. Echevarría coincide: «En Italia, en el Campeonato de Europa, se le rompió el kart cuando iba primero. Luego dijeron que había sido intencionado, que le habían cortado el cable del acelerador. Le pudo la rabia. Se vino hacia mí, me abrazó y se emocionó». Lo normal en un crío de 14 años. «Cuando vi que, a su espalda, venían los periodistas, le avisé. Se secó las lágrimas, se limpió la cara, se peinó y se dio la vuelta, hacia ellos. Siempre mantiene la compostura». Lo normal en un genio.

Compuesto y discreto. Tanto que su maestra tenía que sacarle con ganzúa el relato de sus éxitos. «Nunca nos comentaba nada. Había que preguntarle. Y respondía lo de siempre, que había ganado». Ahora, el colegio parece un museo. Cada aula, cada carpeta, está vestida con fotos de Fórmula-1. Cerca de la escuela está el Instituto Clarín. Allí hizo BUP y dejó COU. Los elogios de su entonces tutora, Lola Lorenzo, son el eco de su antecesora: «Cuando sus compañeros se enteraron de que había ganado una carrera en Fórmula 3000, empapelaron toda la clase con fotos suyas. Le dio tanta vergüenza que no quiso entrar».

Lo que él no quería contar lo cuenta José Luis Echevarría, narrador de hechos extraordinarios con el tono de lo cotidiano: «Una vez nos invitó Emilio de Villota -ex piloto de Fórmula-1- al Jarama, a probar un fórmula Fiat. 'Nano' nunca había visto el circuito, ni siquiera sabía manejar las marchas». El niño vio pasar varios bólidos pegados al muro de la pista. Quedó maravillado al ver cómo cortaban el viento. «Quería probar, pero como había dos pilotos del Mundial de motos dando vueltas, tuvo que esperar. Aprovechó para ensayar el cambio de marchas en el aparcamiento, en un coche normal». Con esa mínima base se enjauló en el fórmula. No llegaba ni a los pedales. Todos pensaban que no iba ni a arrancar. A la cuarta vuelta ya pasaba pegado al muro. «Y acabó sacándoles cuatro segundos a los demás».

Cariño hacia su padre

«Parece frío y distante si no conoce, pero es porque tiene miedo de que le vean como a una estrella». Sus pocas palabras son una cualidad genética. «Su padre es igual», subraya Echevarría. «Cuando el 'Nano' me ve, me da dos besos. Nunca le he visto hacerlo con su padre». Entre ellos el cariño convive con el silencio, con la economía de gestos; como si no hiciera falta adornarlo. José Luis, el padre, que trabajó en un fábrica de explosivos, y Ana, la madre, empleada de El Corte Inglés, lo dieron todo por aquel sueño infantil. Incluso, hasta renunciaron a asistir a buena parte de la juventud del 'Nano', que la pasó solo en habitaciones clónicas de hotel.

De su tránsito por los hoteles, el 'Nano' extrajo otra muestra de su 'normalidad'. Tan joven y tan solo, metido en un deporte tan caro. En la habitación, le quedaban el teléfono para hablar con Rebeca y sus padres, y la 'playstation'. La videoconsola le sirvió para calcar en su mente todos los circuitos. Era la única manera que tenía de ensayar sobre unas pistas inaccesibles para él. Aprendizaje en soledad. «Los otros pilotos se reían. Hasta que llegaba el día de la carrera».

A Echevarría se le escapa en este punto, y por una vez ,una definición destinada a un elegido: «Él lleva otra velocidad». El normal es distinto, único. Algún imán tendrá para que todos los que le conocen se conjuren en su favor: cuando competía con Nissan, los mecánicos pasaban noches en vela montando y desmontando el motor del 'Nano'. «Al ganar la primera carrera no se vino hacia mí. Primero fue a celebrarlo con los mecánicos. Por cosas así digo que el 'Nano' es el de siempre. Y creo que ya pasó el tiempo de que nos lo cambien».

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